20 noviembre 2011

La Historia de Warcraft - Capítulo III: La condena de Draenor

Kil’jaeden y el Pacto de las Sombras

Aproximadamente al mismo tiempo que nacía Medivh en Azeroth, Kil’jaeden el Impostor rumiaba entre sus seguidores en el Vacío Abisal. El astuto señor de los demonios, bajo las órdenes de su amo, Sargeras, estaba planeando la segunda invasión a Azeroth de la Legión Ardiente. Esta vez no se podría permitir ningún error. Kil’jaeden supuso que necesitaba una nueva fuerza para debilitar las defensas de Azeroth antes de que la Legión pudiera poner el pie en el mundo. Si las razas mortales, como los elfos de la noche y los dragones, se veían obligadas a luchar con una nueva amenaza, estarían demasiado débiles como para oponer una resistencia real cuando llegase la verdadera invasión de la Legión.

Fue entonces cuando descubrió el exuberante mundo de Draenor, flotando pacíficamente en la Gran Oscuridad Más Allá. Hogar de los chamánicos orcos, organizados en clanes, y los pacíficos draenei, Draenor era tan idílico como enorme. Los nobles clanes de orcos viajaban por las grandes praderas y cazaban por deporte, mientras que los inquisitivos draenei construían ciudades primitivas en los barrancos y picos del mundo. Kil’jaeden sabía que los habitantes de Draenor tenían un gran potencial para servir a la Legión Ardiente, si se los conseguía cultivar adecuadamente.

De las dos razas, Kil’jaeden vio que los guerreros orcos eran más susceptibles a la corrupción de la Legión. Hechizó al anciano chamán orco, Ner’zhul, de una forma muy parecida a como Sargeras puso a la reina Azshara bajo su control en eras pasadas. Usando al astuto chamán como su intermediario, el demonio extendió el salvajismo y las ansias de batalla por los clanes orcos. Pronto, la raza espiritual fue transformada en un pueblo sediento de sangre. Entonces Kil’jaeden pidió a Ner’zhul y a su pueblo que dieran el último paso: que se entregasen por completo a la búsqueda de la muerte y la guerra. Pero el anciano chamán, sintiendo que su pueblo quedaría esclavizado por el odio para siempre, se resistió de algún modo a la orden del demonio.

Frustrado por la resistencia de Ner’zhul, Kil’jaeden buscó a otro orco que llevase a su pueblo hasta las manos de las Legión. El astuto señor de los demonios finalmente encontró al discípulo voluntario que buscaba: Gul’dan, el ambicioso aprendiz de Ner’zhul. Kil’jaeden le prometió un poder incalculable a cambio de su completa obediencia. El joven orco se convirtió en un ávido estudiante de la magia demoníaca y se convirtió en el brujo mortal más poderoso de la historia. Enseñó a otros orcos jóvenes las artes arcanas y se esforzó en erradicar las tradiciones chamánicas de los orcos. Gul’dan le enseñó su nueva forma de magia a sus hermanos, un terrible nuevo poder que apestaba a fracaso.

Kil’jaeden, buscando reforzar su control sobre los orcos, ayudó a Gul’dan a fundar el Consejo de la Sombra, una secta secreta que manipulaba a los clanes y extendía el uso de la magia de los brujos por Draenor. A medida que más y más orcos comenzaron a utilizar la brujería, los apacibles campos y ríos de Draenor comenzaron a ennegrecerse y oscurecerse. Con el paso del tiempo, las grandes praderas que los orcos habían llamado hogar durante generaciones se marchitaron, dejando tras de sí solo suelo yermo rojizo. Las energías demoníacas estaban matando lentamente al mundo.

El levantamiento de la Horda

Bajo el control secreto de Gul’dan y su Consejo de la Sombra, los orcos se fueron volviendo cada vez más agresivos. Construyeron enormes arenas donde los orcos afinaban sus habilidades guerreras en pruebas de combate y muerte. Durante ese período, unos pocos jefes de clanes denunciaron la creciente depravación de su raza. Uno de ellos, Durotan del clan Lobo Gélido, advirtió a los orcos que se perderían en el odio y la furia. Pero sus palabras fueron ignoradas, ya que jefes más fuertes como Grom Grito Infernal del clan Grito de Guerra dieron un paso adelante para defender una nueva era de guerra y dominación.

Kil’jaeden sabía que los clanes orcos estaban casi listos, pero necesitaba estar seguro de su lealtad absoluta. En secreto, hizo que el Consejo de la Sombra invocara a Mannoroth el Destructor, el recipiente viviente de rabia y destrucción. Gul’dan llamó a los jefes de los clanes y los convenció de que beber la sangre de Mannoroth, repleta de rabia, los haría totalmente invencibles. Liderados por Grom Grito Infernal, todos los jefes de clan excepto Durotan bebieron y por lo tanto sellaron sus destinos como esclavos de la Legión Ardiente. Fortalecidos por la rabia de Mannoroth, los jefes extendieron involuntariamente su subyugación a sus ignorantes hermanos.

Consumidos con la maldición de su nueva sed de sangre, los orcos buscaban liberar su furia sobre cualquiera que se alzara ante ellos. Sintiendo que la hora había llegado, Gul’dan unió a los errantes clanes en una única e imparable Horda. Sin embargo, sabiendo que varios de los jefes, como Grito Infernal u Orgrim Martillo Maldito lucharían por el control absoluto, Gul’dan colocó a un jefe de guerra marioneta para que gobernase a la nueva Horda. Y Gul’dan escogió para ello a Puño Negro el Destructor, un señor de la guerra orco particularmente depravado y cruel. Bajo la orden de Puño Negro, la Horda se probó a sí misma contra los sencillos draenei.

En el transcurso de pocos meses, la Horda erradicó a casi todos los draenei que vivían en Draenor. Solo un puñado de supervivientes dispersos logró evitar la asombrosa ira de los orcos. Emocionado con la victoria, Gul’dan se regocijó ante el poder y la fuerza de la Horda. Pero sabía que sin ningún enemigo contra el que luchar, la Horda se consumiría a sí misma con interminables peleas internas y un apetito imparable por la gloriosa carnicería.

Kil’jaeden supo que la Horda finalmente estaba preparada. Los orcos se habían convertido en la mayor arma de la Legión Ardiente. El astuto demonio compartió sus conocimientos con su amo Sargeras, que estaba a la espera, el cual estuvo de acuerdo en que la hora de su venganza finalmente había llegado.

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