La Plaga de Lordaeron
Warcraft III: Reino del Caos
Después de prepararse durante muchos meses, Kel’Thuzad y su Culto de los Malditos finalmente asestó el primer golpe al desatar la peste de la no-muerte sobre Lordaeron. Uther y sus compañeros paladines investigaron las regiones infectadas con la esperanza de encontrar una forma de detener la peste. A pesar de sus esfuerzos, ésta siguió extendiéndose y amenazaba con destrozar a la Alianza.
A medida que las filas de los no-muertos arrasaban Lordaeron, el único hijo de Terenas, el príncipe Arthas, se alistó a la lucha contra la Plaga. Arthas consiguió matar a Kel’Thuzad, pero a pesar de eso, las filas de los no-muertos seguían creciendo con cada soldado que caía defendiendo su tierra. Frustrado y bloqueado por el aparentemente imparable ejército, Arthas daba pasos cada vez más radicales para derrotarlos. Finalmente, sus compañeros le advirtieron de que estaba perdiendo su humanidad.
El miedo y la decisión de Arthas resultaron ser su condena. Rastreó el origen de la peste hasta Rasganorte, donde pretendía acabar con la amenaza para siempre. Pero en cambio, cayó presa del tremendo poder del rey Exánime. Creyendo que eso salvaría a su pueblo, Arthas tomó la espada rúnica maldita, Frostmourne Aunque la espada le dio un poder inimaginable, también le robó el alma y lo transformó en el mayor de los Caballeros de la Muerte del rey Exánime. Con su alma dominada y su cordura destrozada, Arthas guió a la Plaga contra su propio reino. Al final, asesinó a su propio padre, el rey Terenas, y aplastó Lordaeron bajo el talón de hierro del rey Exánime.
La Fuente del Sol: la caída de Quel’thalas
Aunque había derrotado a todos aquellos que veía como enemigos, Arthas todavía se veía acosado por el fantasma de Kel’Thuzad. El fantasma le dijo que necesitaba resucitarlo para la siguiente fase del plan del rey Exánime. Para hacerlo, Arthas debía llevar los restos de Kel’Thuzad a la mística Fuente del Sol, oculta en el interior del reino eterno de los elfos nobles de Quel’Thalas.
Arthas y su Plaga invadieron Quel’Thalas y asediaron las desmoronadas defensas de los elfos. Sylvanas Brisaveloz, la general especialista de Lunargenta, luchó con valor, pero Arthas erradicó al ejército de los elfos nobles y luchó hasta llegar a la Fuente del Sol. En un gesto cruel de su victoria, alzó el derrotado cuerpo de Sylvanas como un alma en pena, condenada a una no-muerte interminable al servicio del conquistador de Quel’Thalas.
Por último, Arthas sumergió los restos de Kel’Thuzad en las aguas sagradas de la Fuente del Sol. Aunque las poderosas aguas de la Eternidad se contaminaron por este acto, Kel’Thuzad renació como un exánime hechicero. Resucitado como un ser mucho más poderoso, Kel’Thuzad explicó la siguiente fase del plan del rey Exánime. Para cuando Arthas y su ejército de muertos volvieron al sur, no quedaba ni un elfo vivo en Quel’Thalas. La gloriosa tierra de los elfos nobles, que se había mantenido en pie durante más de nueve mil años, ya no existía.
El retorno de Archimonde y el vuelo a Kalimdor
Una vez que Kel’Thuzad volvió a estar completo, Arthas llevó a la Plaga a Dalaran. Allí el exánime obtendría el poderoso libro de hechizos de Medivh y lo usaría para invocar a Archimonde de vuelta al mundo. Y a partir de ese momento, sería Archimonde el que comenzaría la invasión final de la Legión. Ni siquiera los magos del Kirin Tor pudieron evitar que las fuerzas de Arthas robaran el libro de Medivh y pronto Kel’Thuzad tuvo todo lo que necesitaba para realizar su hechizo. Después de diez mil años, el poderoso demonio Archimonde y su hueste emergieron de nuevo sobre el mundo de Azeroth. Pero Dalaran no era su destino final. Bajo las órdenes del propio Kil’jaeden, Archimonde y sus demonios siguieron a la Plaga de no-muerte a Kalimdor para destruir a Nordrassil, el Árbol del Mundo.
En mitad de este caos, un profeta solitario y misterioso apareció para guiar a las razas mortales. Este profeta resultó ser Medivh, el último guardián, que había vuelto milagrosamente del Más Allá para redimirse de sus pecados del pasado. Medivh le habló a la Horda y la Alianza de los peligros a los que se enfrentaban y las instó a unirse. Hartos de generaciones de odio, los orcos y los humanos nunca lo harían. Medivh se vio obligado a tratar con cada raza por separado, usando la profecía y los engaños para guiarlos al otro lado del mar, a la legendaria tierra de Kalimdor. Los orcos y los humanos pronto se encontraron con la oculta, desde hace mucho, civilización de los kaldorei.
Los orcos, liderados por Thrall, sufrieron una serie de contratiempos en su viaje por los Baldíos de Kalimdor. Aunque trabaron amistad con Cairne Pezuña de Sangre y sus poderosos guerreros tauren, muchos orcos comenzaron a sucumbir a la sed de sangre demoníaca que les había dominado durante años. El mejor teniente de Thrall, Grom Grito Infernal, llegó incluso a traicionar a la Horda para entregarse a sus instintos más básicos. Mientras Grito Infernal y sus leales guerreros Grito de Guerra acechaban por los bosques de Vallefresno, se toparon con las antiguas Centinelas elfas de la noche. Seguro de que los orcos habían vuelto a sus días bélicos, el semidiós Cenarius volvió para hacer retroceder a Grito Infernal y sus orcos. Pero éstos, dominados por un odio y una rabia sobrenaturales, lograron matar a Cenarius y corromper los antiguos bosques. Al final, Grito Infernal limpió su honor ayudando a Thrall a derrotar a Mannoroth, el señor demonio que había maldecido a los orcos con su sangre de odio y rabia. Con su muerte, la maldición sanguínea de los orcos llegó a su fin.
Mientras Medivh trabajaba para convencer a los orcos y a los humanos de la necesidad de una alianza, los elfos de la noche luchaban contra la Legión con sus propios métodos secretos. Tyrande Susurravientos, la inmortal suma sacerdotisa de las Centinelas elfas de la noche, luchó desesperadamente para evitar que los demonios y los no-muertos arrasasen los bosques de Vallefresno. Tyrande se dio cuenta de que necesitaba ayuda, así que ordenó despertar a los druidas elfos de la noche de su sueño de mil años. Llamando a su antiguo amor, Malfurion Tempestira, Tyrande consiguió fortalecer sus defensas y rechazar a la Legión. Con la ayuda de Malfurion, la propia naturaleza se alzó para acabar con la Legión y sus aliados de la Plaga.
Mientras buscaba a más druidas que hibernaban, Malfurion encontró el antiguo túmulo prisión en el que había encadenado a su hermano, Illidan. Convencida de que Illidan les ayudaría a luchar contra la Legión, Tyrande lo liberó. Aunque sí lo hizo durante un tiempo, eventualmente huyó para cumplir sus propios fines.
Los elfos de la noche se prepararon y lucharon contra la Legión Ardiente con una férrea determinación. La Legión nunca había cesado en su deseo de obtener el Pozo de la Eternidad, la fuente de la fuerza del Árbol del Mundo y el corazón del reino elfo de la noche. Si su plan para asaltar el Árbol tenía éxito, los demonios destrozarían el mundo en pedazos, literalmente.
La batalla del Monte Hyjal
Bajo la supervisión de Medivh; Thrall y Jaina Valiente, la líder de las fuerzas humanas en Kalimdor, se dieron cuenta de que tenían que dejar de lado sus diferencias. De la misma forma, los elfos de la noche, liderados por Malfurion y Tyrande, aceptaron que debían unirse si esperaban poder defender el Árbol del Mundo. Unidos en su propósito, las razas de Azeroth trabajaron juntas para fortalecer las energías del Árbol del Mundo todo lo que pudieron. Fortalecido por la propia energía del mundo, Malfurion logró liberar toda la furia primaria de Nordrassil, destruyendo definitivamente a Archimonde y cortando el ancla de la Legión con el Pozo de la Eternidad. La batalla final sacudió al continente de Kalimdor hasta sus cimientos. Incapaz de absorber poder del propio Pozo, la Legión Ardiente se derrumbó ante el poder combinado de los ejércitos mortales.
La ascensión del traidor
Warcraft 3X: El Trono Helado
Durante la invasión de la Legión a Vallefresno, Illidan fue liberado de su túmulo prisión después de diez mil años de cautiverio. Aunque intentó complacer a sus camaradas, pronto volvió a su verdadero yo y consumió las energías del poderoso artefacto de brujería conocido como la Calavera de Gul’dan. Al hacerlo, Illidan desarrolló características demoníacas y un enorme aumento de poder. También obtuvo algunos de los antiguos recuerdos de Gul’dan, especialmente los de la Tumba de Sargeras, la isla mazmorra que se rumoreaba contenía los restos del titán oscuro, Sargeras.
Lleno de poder y libre para vagar por el mundo una vez más, Illidan se lanzó a buscar su propio lugar en el gran plan universal. Sin embargo, Kil’jaeden se encontró con él y le hizo una oferta que no pudo rechazar. Kil’jaeden estaba furioso por la derrota de Archimonde en el Monte Hyjal, pero tenía mayores preocupaciones que la venganza. Sintiendo que su creación, el rey Exánime, se estaba volviendo demasiado poderosa como para controlarla, ordenó a Illidan que destruyera a Ner’zhul y pusiera fin a la Plaga no-muerta de una vez por todas. A cambio, Illidan recibiría un poder increíble y un verdadero lugar entre los restantes señores de la Legión Ardiente.
Éste aceptó y se dispuso de inmediato a destruir el Trono Helado, la cáscara de cristal de hielo en la que residía el espíritu del rey Exánime. Illidan sabía que necesitaría un artefacto poderoso para destruir el Trono Helado. Usando los conocimientos que había obtenido de los recuerdos de Gul’dan, Illidan decidió buscar la Tumba de Sargeras y reclamar los restos del titán oscuro. Reclamó algunos antiguos favores a altonatos y atrajo a los serpentinos naga de sus oscuras guaridas submarinas. Liderados por la astuta Lady Vashj, los naga ayudaron a Illidan a llegar a las Broken Isles, donde se rumoreaba que yacía la Tumba de Sargeras.
En cuanto Illidan se marchó con los naga, la alcaide Maiev Cantosombrío comenzó a buscarlo. Maiev había sido la carcelera de Illidan durante diez mil años y disfrutaba con la idea de volver a capturarlo. Sin embargo, Illidan fue más listo que Maiev y sus Guardias, y obtuvo el Ojo de Sargeras a pesar de sus esfuerzos. Con el poderoso Ojo en sus manos, Illidan viajó a la antigua ciudad de magos de Dalaran. Fortalecido por las líneas de poder ley de la ciudad, Illidan usó el Ojo para lanzar un destructivo hechizo contra la ciudadela del rey Exánime, Corona de Hielo, en el lejano Rasganorte. El ataque de Illidan destrozó las defensas del rey Exánime y resquebrajó el mismo techo del mundo. En el último momento, el hechizo de Illidan fue detenido cuando su hermano Malfurion y la sacerdotisa Tyrande llegaron para ayudar a Maiev.
Sabiendo que Kil’jaeden no estaría contento con su fracaso al destruir el Trono Helado, Illidan huyó a la baldía dimensión conocida como Terrallende: los últimos restos de Draenor, el antiguo mundo natal de los orcos. Allí planeaba eludir la ira de Kil’jaeden y preparar sus siguientes movimientos. Después de su éxito al detener a Illidan, Malfurion y Tyrande volvieron a su hogar en el bosque de Vallefresno para cuidar de su pueblo. Maiev, sin embargo, no abandonó tan fácilmente y siguió a Illidan hasta Terrallende, decidida a llevarlo ante la justicia.
El levantamiento de los elfos de sangre
En esos momentos, la Plaga no-muerta había transformado a Lordaeron y Quel’Thalas en las tóxicas Tierras de la Peste. Quedaban pocas bolsas de fuerzas de resistencia Alianza. Uno de esos grupos, formado principalmente por elfos nobles, estaba liderado por el último de la dinastía Caminante del Sol: el príncipe Kael’thas. Kael, que era un gran mago, empezó a desconfiar de la Alianza que se derrumbaba. Los elfos nobles lloraron la pérdida de su hogar y decidieron hacerse llamar elfos de sangre en honor a su pueblo caído. A la vez que luchaban para mantener a la Plaga a raya, sufrían mucho por estar separados de la Fuente del Sol que los había fortalecido. Desesperado por encontrar una cura para la adicción racial a la magia de su pueblo, Kael hizo lo impensable: abrazó su ascendencia de altonato y se unió a Illidan y sus naga con la esperanza de encontrar una nueve fuente de poder mágico de la que alimentarse. El resto de los comandantes de la Alianza condenaron a los elfos de sangre por traidores y los expulsaron para siempre.
Sin ningún lugar al que ir, Kael y sus elfos de sangre siguieron a Lady Vashj a Terrallende para ayudarle a luchar contra la alcaide Maiev, que había vuelto a capturar a Illidan. Con las fuerzas combinadas de los naga y los elfos de sangre, consiguieron derrotar a Maiev y liberar a Illidan de su presa. Usando como base Terrallende, Illidan reunió a sus fuerzas para un segundo ataque contra el rey Exánime y su fortaleza de Corona de Hielo.
Guerra civil en las Tierras de la Peste
Ner’zhul, el rey Exánime, sabía que su tiempo se acababa. Encarcelado dentro del Trono Helado, sospechaba que Kil’jaeden iba a enviar a sus agentes para destruirlo. El daño causado por el hechizo de Illidan había resquebrajado el Trono Helado, razón por la cual estaba perdiendo su poder diariamente. Desesperado por salvarse, llamó a su mayor sirviente mortal a su lado: el caballero de la muerte príncipe Arthas.
Aunque sus poderes habían disminuido por la debilidad del rey Exánime, Arthas se había visto envuelto en una guerra civil en Lordaeron. La mitad de sus fuerzas no-muertas, lideradas por la alma en pena Sylvanas Brisaveloz, habían dado un golpe de estado para controlar el imperio no-muerto. Arthas, llamado por el mismísimo rey Exánime, se vio obligado a dejar a la Plaga en manos de su teniente, Kel’Thuzad, mientras la guerra se extendía por las Tierras de la Peste.
Al final, Sylvanas y sus no-muertos rebeldes (conocidos como los Renegados) reclamaron la capital en ruinas de Lordaeron como suya. Construyendo su propio bastión bajo la ciudad en ruinas, los Renegados juraron derrotar a la Plaga y expulsar a Kel’Thuzad y sus esbirros.
Debilitado, pero decidido a salvar a su señor, Arthas llegó a Rasganorte para descubrir que los naga y los elfos de sangre de Illidan lo estaban esperando. Él y sus aliados nerubianos corrieron contra las fuerzas de Illidan para llegar al glaciar de Corona de Hielo y defender el Trono Helado.
El Rey Exánime triunfa
A pesar de estar debilitado, Arthas superó a Illidan y llegó al Trono Helado primero. Usando su espada rúnica, Frostmourne, Arthas destrozó la prisión helada del rey Exánime, liberando así el peto y el yelmo encantados de Ner’zhul. Arthas se colocó el yelmo de poder inimaginable sobre su cabeza y se convirtió en el nuevo rey Exánime. Las almas de ambos se unieron en un único y poderoso ser, justo como Ner’zhul había planeado desde el principio. Illidan y sus tropas se vieron obligadas a huir de vuelta a Terrallende derrotadas, mientras que Arthas se convertía en una de las entidades más poderosas que el mundo había conocido.
En la actualidad, Arthas, el nuevo e inmortal rey Exánime, reside en Rasganorte; y se rumorea que está reconstruyendo la ciudadela de Corona de Hielo. Su teniente de confianza, Kel’Thuzad, dirige a la Plaga en las Tierras de la Peste. Sylvanas y su Renegados rebeldes solo tienen Claros de Tirisfal, una pequeña porción del reino arrasado por la guerra.
Antiguas rencillas: la colonización de Kalimdor
Aunque la victoria era suya, las razas mortales se encontraron en un mundo destrozado por la guerra. La Plaga y la Legión Ardiente habían destruido todas las civilizaciones de Lordaeron y casi habían acabado el trabajo en Kalimdor. Había bosques que curar, odios que enterrar y hogares que levantar. La guerra había herido profundamente a cada una de las razas, pero se habían unido desinteresadamente en un intento de comenzar de nuevo, empezando por la incómoda tregua entre la Alianza y la Horda.
Thrall llevó a los orcos al continente de Kalimdor, donde fundó una nueva nación con la ayuda de sus aliados tauren. Llamando a la nueva tierra Durotar, en memoria del padre asesinado de Thrall, los orcos se asentaron para reconstruir su antaño gloriosa sociedad. Ahora que la maldición demoníaca había acabado, la Horda pasó de ser una bestia de guerra a convertirse en una coalición más disoluta, dedicada a la supervivencia y prosperidad en lugar de a la conquista. Ayudados por los nobles tauren y los astutos trols de la tribu Lanza Negra, Thrall y sus orcos miraron hacia una nueva era de paz en su propia tierra.
El resto de fuerzas Alianza bajo las órdenes de Jaina Valiente se asentaron en el sur de Kalimdor. En la cosa oriental del Marjal Revolcafango construyeron la pedregosa ciudad portuaria de Theramore. Allí, los humanos y sus aliados enanos trabajaron para sobrevivir en una tierra que siempre les sería hostil. Aunque los defensores de Durotar y Theramore mantuvieron la vacilante tregua, la frágil serenidad colonial no estaba destinada a durar.
La paz entre los orcos y los humanos se desquebrajó ante la llegada de una enorme flota Alianza a Kalimdor. La poderosa flota, bajo el mando del gran almirante Daelin Valiente (el padre de Jaina), había abandonado Lordaeron antes de que Arthas destruyera el reino. Después de navegar durante muchos y crueles meses, el almirante Valiente buscaba a cualquier supervivientes de la Alianza que pudiera encontrar.
La armada de Valiente representaba una grave amenaza a la estabilidad de la región. Como famoso héroe de la Segunda Guerra que era, el padre de Jaina fue un decidido enemigo de la Horda y estaba decidido a destruir Durotar antes de que los orcos pusieran el pie en el suelo.
El gran almirante obligó a Jaina a tomar una terrible decisión: ayudarlo a luchar contra los orcos y traicionar a sus nuevos aliados, o luchar contra su propio padre para mantener la frágil paz que la Alianza y la Horda habían obtenido al fin. Después de meditarlo mucho, Jaina escogió la última opción y ayudó a Thrall a derrotar a su enloquecido padre. Por desgracia, el almirante Valiente murió en combate antes de que Jaina pudiera reconciliarse con él o demostrarle que los orcos ya no eran monstruos sedientos de sangre. Por su lealtad, los orcos permitieron a las fuerzas de Jaina volver sin problemas a Theramore.
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