20 noviembre 2011

La Historia de Warcraft - Capítulo IV: Alianza y Horda

El portal oscuro y la caída de Ventormenta

Warcraft: Orcos y humanos

Mientras Kil’jaeden preparaba a la Horda para su invasión de Azeroth, Medivh continuaba luchando por su alma contra Sargeras. El rey Llane, noble monarca de Ventormenta, empezó a darse cuenta de la oscuridad que parecía contaminar al espíritu de su antiguo amigo. Compartió sus preocupaciones con Anduin Lothar, el último descendiente del linaje Arathi, al que había nombrado su teniente de armas. Incluso entonces, ninguno de ellos podía imaginar que el lento descenso de Medivh a la locura traería los horrores que iban a llegar.

Como incentivo final, Sargeras prometió darle un gran poder a Gul’dan si éste accedía a llevar a la Horda a Azeroth. Mediante Medivh, Sargeras le dijo al brujo que podría convertirse en un dios viviente si encontraba la tumba submarina donde la Guardiana Aegwynn había colocado el destrozado cuerpo de Sargeras hace casi mil años. Gul’dan accedió, y decidió que una vez que los habitantes de Azeroth fueran aplastados, él encontraría la tumba legendaria y reclamaría su recompensa. Seguro de que la Horda serviría a sus propósitos, Sargeras dio la orden para que comenzase la invasión.

Gracias a un esfuerzo conjunto, Medivh y los brujos del Consejo de la Sombra abrieron el portal dimensional conocido como el Portal Oscuro. Este portal cubría la distancia entre Azeroth y Draenor, y era lo bastante grande como para que pudieran cruzarlo ejércitos enteros. Gul’dan envío exploradores orcos a través del portal para investigar las tierras que iban a conquistar. Los exploradores al volver informaron al Consejo de la Sombra de que el mundo de Azeroth estaba listo para la cosecha.

Durotan, que todavía pensaba que la corrupción de Gul’dan destruiría a su pueblo, denunció a los brujos una vez más. El valiente guerrero afirmaba que los brujos estaban destruyendo la pureza del espíritu orco y que esta temeraria invasión sería su perdición. Gul’dan, incapaz de arriesgarse a asesinar a un héroe tan popular, se vio obligado a exiliar a Durotan y su clan Lobo Gélido a los lejanos confines de este nuevo mundo.

Después de que los Lobo Gélido exiliados cruzasen el portal, solo lo cruzaron unos pocos clanes orcos. Estos orcos levantaron rápidamente una base de operaciones en la Ciénaga Negra, una zona oscura y pantanosa muy al este del reino de Ventormenta. A medida que los orcos comenzaban a extenderse y explorar las nuevas tierras, entraron de forma inmediata en conflicto con los defensores humanos de Ventormenta. Aunque estas escaramuzas solían acabar rápidamente, hicieron mucho por ilustrar las debilidades y puntos fuertes de ambas especies rivales. Llane y Lothar nunca fueron capaces de reunir datos exactos sobre el número de los orcos y solo podían intentar adivinar la fuerza a la que tenían que enfrentarse. Después de unos pocos años, la mayoría de la Horda orca había entrado en Azeroth y Gul’dan decidió que había llegado la hora de realizar su ataque principal contra la humanidad. La Horda se lanzó con toda su fuerza contra el desprevenido reino de Ventormenta.

A medida que las fuerzas de Azeroth y la Horda se enfrentaban a lo largo del reino, los conflictos internos comenzaron a cobrarse su precio en ambos ejércitos. El rey Llane, que pensaba que los bestiales orcos serían incapaces de conquistar Azeroth, mantuvo desdeñosamente su posición en su capital de Ventormenta. Sin embargo, Sir Lothar estaba convencido de que se debería llevar la batalla al enemigo, y se vio obligado a escoger entre sus convicciones y su lealtad al rey. Escogiendo seguir sus instintos, Lothar asaltó la torre-fortaleza de Medivh, Karazhan, con la ayuda del joven aprendiz del mago, Khadgar. Ambos tuvieron éxito en eliminar al Guardián poseído, que les confirmó que había sido la fuente del conflicto. Al matar su cuerpo, Lothar y el joven aprendiz enviaron, sin saberlo, al espíritu de Sargeras al abismo. Como consecuencia de ello, el espíritu puro y virtuoso de Medivh pudo continuar existiendo… vagando por el plano astral durante muchos años.

Aunque Medivh había sido derrotado, la Horda continuaba dominando a los defensores de Ventormenta. A medida que la victoria de la Horda se iba acercando, Orgrim Martillo Maldito, uno de los mayores jefes orcos, comenzó a ver la depravada corrupción que se había extendido por los clanes desde los tiempos de Draenor. Su antiguo camarada, Durotan, volvió del exilio y le advirtió una vez más de la traición de Gul’dan. Con una veloz retribución, los asesinos de Gul’dan asesinaron a Durotan y su familia, dejando solo a su hijo pequeño vivo. Martillo Maldito no sabía que este hijo de Durotan fue encontrado por el oficial humano Aedelas Lodonegro y utilizado como esclavo.

Este niño orco llegaría a ser un día el mayor líder que su pueblo jamás había conocido.

Encolerizado por la muerte de Durotan, Orgrim libró a la Horda de la corrupción demoníaca y finalmente asumió el papel de jefe de guerra de la Horda al matar a la corrupta marioneta de Gul’dan, Puño Negro. Bajo su decidido liderazgo, la incansable Horda finalmente asedió el Castillo de Ventormenta. Llane había subestimado mucho el poder de la Horda y presenciar impotente cómo su reino caía en manos de los invasores de piel verde. Finalmente, acabó con él uno de los mejores asesinos del Consejo de la Sombra: Garona, el medio orco.

Lothar y sus guerreros, volviendo a casa desde Karazhan, esperaban vengar la pérdida de vidas y salvar la que había sido su gloriosa nación. En cambio, volvieron demasiado tarde y descubrieron que su amado reino no era más que unas ruinas humeantes. La Horda orca siguió saqueando los campos y reclamando las tierras colindantes como suyas. Obligados a esconderse, Lothar y sus compañeros hicieron un lúgubre juramento para recuperar su país a cualquier precio.

La Alianza de Lordaeron

Warcraft 2: Mareas de oscuridad

Lord Lothar reunió los restos de los ejércitos de Azeroth después de su derrota en el Castillo de Ventormenta y se embargó en un éxodo masivo cruzando el mar hacia el reino norteño de Lordaeron. Convencidos de que la Horda derrotaría a toda la humanidad si no se la controlaba, los líderes de las siete naciones humanas se reunieron y aceptaron unirse en lo que se llamaría la Alianza de Lordaeron. Por primera vez en casi tres mil años, las distintas naciones de Arathor estaban unidas de nuevo bajo el mismo estandarte. Lord Lothar, nombrado comandante en jefe de las fuerzas de la Alianza, preparó a sus ejércitos para la llegada de la Horda.

Ayudado por sus tenientes, Uther el Iluminado, el almirante Daelin Valiente y Turalyon, Lothar también fue capaz de convencer a las razas no humanas de Lordaeron de la inminente amenaza. La Alianza consiguió el apoyo de los estoicos enanos de Forjaz y un pequeño número de elfos nobles de Quel’Thalas. Los elfos, liderados en aquel tiempo por Anasterian Caminante del Sol, no estaban muy interesados en el inminente conflicto. Sin embargo, el deber los obligaba a ayudar a Lothar, ya que él era el último descendiente del linaje Arathi, el cual en el pasado había ayudado a los elfos.
La Horda, liderada ahora por el Jefe de Guerra de guerra Martillo Maldito, trajo a ogros de su hogar en Draenor y reclutó a los discriminados trols Amani de los bosques. Completando una gigantesca campaña para invadir el reino enano de Khaz Modan y las fronteras del sur de Lordaeron, la Horda diezmaba a toda oposición sin esfuerzo.

Las batallas épicas de la Segunda Guerra fueron desde escaramuzas navales a gran escala a enormes combates aéreos. De alguna forma, la Horda había desenterrado un poderoso artefacto conocido como Alma Demoníaca y lo utilizaron para esclavizar a la anciana Dragonqueen, Alextrasza. Amenazándola con destruir sus preciosos huevos, la Horda la obligó a enviar a sus hijos adultos a la guerra. Los nobles dragones rojos se vieron obligados a luchar por la Horda, y eso hicieron.

La guerra rugió a lo largo de los continentes de Khaz Modan, Lordaeron y el propio Azeroth. Como parte de su campaña norte, la Horda tuvo éxito al quemar las fronteras de Quel’Thalas, pero a la vez lograron que los elfos se comprometieran del todo con la causa de la Alianza. Las grandes ciudades y poblaciones de Lordaeron fueron arrasadas y devastadas por el conflicto. A pesar de la ausencia de refuerzos y de tenerlo todo en contra, Lothar y sus aliados lograron mantener a raya a sus enemigos.

Sin embargo, durante los últimos días de la Segunda Guerra, cuando la victoria de la Horda sobre la Alianza parecía casi segura, hubo una terrible disputa entre los dos orcos más poderosos en Azeroth. Mientras Martillo Maldito preparaba su asalto final contra la capital de Lordaeron, un asalto que aplastaría a los últimos restos de la Alianza, Gul’dan y sus seguidores abandonaron sus puestos y se hicieron a la mar. El perplejo Martillo Maldito, habiendo perdido casi la mitad de sus fuerzas por la traición de Gul’dan, se vio obligado a retroceder y dejar pasar su gran oportunidad de vencer a la Alianza.

Gul’dan, sediento de poder y obsesionado con obtener la divinidad, se embargó en una búsqueda desesperada para encontrar la Tumba de Sargeras, ya que creía que allí se ocultaban los secretos del poder definitivo. Habiendo ya condenado a sus camaradas orcos a ser los esclavos de la Legión Ardiente, Gul’dan no tuvo ningún remordimiento por su supuesto deber hacia Martillo Maldito. Ayudado por los clanes Cazatormentas y Martillo Crepuscular, consiguió sacar la Tumba de Sargeras del fondo marino. Sin embargo, cuando abrió la antigua e inundada cripta, descubrió que solo le estaban esperando demonios enloquecidos.

Buscando castigar a los orcos desertores por sus costosa traición, Martillo Maldito envió a sus fuerzas a matar a Gul’dan y traer de vuelta al redil a los renegados. Por su imprudencia, Gul’dan fue destrozado por los demonios enloquecidos que había liberado. Con su líder muerto, los clanes renegados cayeron pronto ante las enfurecidas legiones de Martillo Maldito. Aunque la rebelión había sido reprimida, la Horda fue incapaz de recuperarse de las terribles pérdidas que había sufrido. La traición de Gul’dan no solo le había llevado esperanza a la Alianza, sino también tiempo para reagruparse y tomar represalias.

Lord Lothar, viendo que la Horda se estaba partiendo por dentro, reunió a sus últimas fuerzas y empujó a Martillo Maldito hacia el sur, de vuelta a las destrozadas tierras de Ventormenta. Allí, las fuerzas de la Alianza atraparon a la Horda, que se estaba retirando, dentro de la fortaleza volcánica de la Cumbre de Roca Negra. Aunque Lord Lothar cayó en la batalla en la base de la Cumbre, su teniente, Turalyon, reunió a las fuerzas de la Alianza en la onceava hora y empujó a la Horda de vuelta al abismal Pantano de las Penas. Las fuerzas de Turalyon tuvieron éxito al destruir el Portal Oscuro, el portal místico que unía a los orcos con su mundo natal de Draenor. Sin posibilidad de recibir refuerzos y fracturada por las luchas internas, la Horda finalmente se colapsó sobre sí misma y cayó ante el poder de la Alianza.

Los clanes orcos dispersos fueron rápidamente apresados y colocados en el interior de campos de internamiento vigilados. Aunque parecía que la Horda había sido derrotada del todo, algunos se mostraban escépticos ante la idea de una paz duradera. Khadgar, ahora un archimago de cierto renombre, convenció al Alto Mando de la Alianza para construir la fortaleza de Nethergarde y vigilar así las ruinas del Portal Oscuro y asegurarse de que no habría más invasiones desde Draenor.

La invasión de Draenor

Warcraft 2X: Más allá del Portal Oscuro

A medida que las llamas de la Segunda Guerra se iban apagando, la Alianza daba pasos agresivos para contener la amenaza orca. En el sur de Lordaeron se construyeron gran cantidad de campos de internamiento, pensados para ser el hogar de los prisioneros orcos. Vigilados tanto por los paladines como por los soldados veteranos de la Alianza, los campos demostraron ser un gran éxito. Aunque los orcos prisioneros estaban tensos y ansiosos por volver a luchar, los distintos guardianes de los campos, con base en la fortaleza-prisión de Durnholde, mantenían la paz y una fuerte apariencia de orden.

Sin embargo, en el infernal mundo de Draenor, un nuevo ejército orco se preparaba para atacar a la desprevenida Alianza. Ner’zhul, el antiguo mentor de Gul’dan, había reunido al resto de clanes orcos bajo su oscuro estandarte. Ayudado por el clan Sombraluna, el anciano chamán planeaba abrir una serie de portales en Draenor que llevarían a la Horda a nuevos mundos para saquearlos. Para dar energía a sus nuevos portales, necesitaba una serie de artefactos encantados de Azeroth. Para obtenerlos, Ner’zhul reabrió el Portal Oscuro y envío a sus feroces sirvientes a través de él.

La nueva Horda, liderada por jefes veteranos como Grom Grito Infernal y Kilrogg Mortojo (del clan Foso Sangrante), sorprendieron a las fuerzas de defensa de la Alianza y arrasaron los campos. Bajo las órdenes precisas de Ner’zhul, los orcos rápidamente reunieron los artefactos que necesitaban y huyeron de vuelta a la seguridad de Draenor.

El rey Terenas de Lordaeron, convencido de que los orcos estaban preparando una nueva invasión de Azeroth, reunió a sus tenientes de más confianza. Ordenó al general Turalyon y al archimago Khadgar que preparasen una expedición para cruzar el Portal Oscuro y poner fin a la amenaza orca de una vez por todas. Las fuerzas de ambos marcharon hacia Draenor y se enfrentaron repetidamente a los clanes de Ner’zhul sobre la arrasada Península Fuego Infernal. Incluso con la ayuda de la elfa noble Alleria Brisaveloz, el enano Kurdran Martillo Salvaje y el soldado veterano Danath Aterratrols, Khadgar fue incapaz de evitar que Ner’zhul abriera sus portales a otros mundos.

Éste finalmente abrió sus portales a otros mundos, pero no pudo prever el terrible precio que iba a pagar. Las tremendas energías de los portales comenzaron a partir en pedazos el mismo tejido de Draenor. Mientras las fuerzas de Turalyon luchaban desesperadamente para volver a su hogar en Azeroth, el mundo de Draenor comenzó a colapsarse sobre sí mismo. Grom Grito Infernal y Kilrogg Mortojo, dándose cuenta de que los locos planes de Ner’zhul condenarían a toda su raza, reunieron al resto de los orcos y escaparon de vuelta a la relativa seguridad de Azeroth.

En Draenor, Turalyon y Khadgar aceptaron realizar el sacrificio definitivo: destruir el Portal Oscuro desde su lado. Aunque les costaría sus vidas y las de sus compañeros, sabían que era la única forma de asegurar la supervivencia de Azeroth. Y mientras Grito Infernal y Mortojo se abrían paso a hachazos por entre las filas humanas en una búsqueda desesperada por la libertad, el Portal Oscuro explotó tras ellos. Para ellos y para el resto de orcos en Azeroth, no había vuelta atrás.

Ner’zhul y su leal clan Sombraluna cruzaron el mayor de los portales recién creados, mientras enormes erupciones volcánicas comenzaron a destrozar los continentes de Draenor. Mares de fuego se alzaron y arrasaron el destrozado paisaje mientras el torturado mundo era finalmente consumido en una enorme explosión apocalíptica.

El nacimiento del Rey Exánime

Ner’zhul y sus seguidores entraron en el Vacío Abisal, el plano etéreo que conecta a todos los mundos repartidos por la Gran Oscuridad. Por desgracia, Kil’jaeden y sus demoníacos sirvientes los estaban esperando. Kil’jaeden, que había jurado vengarse de Ner’zhul por su orgulloso desafío, partió en pedazos el cuerpo del viejo chamán, poco a poco. Mantuvo su espíritu vivo e intacto para que fuera dolorosamente consciente del terrible desmembramiento de su cuerpo. Aunque Ner’zhul le rogó al demonio que liberase su espíritu y le dejara morir, el demonio le respondió cruelmente que el Pacto de Sangre que habían hecho hace mucho todavía los vinculaba y que todavía tenía un propósito al que servir.    

El fracaso de los orcos al conquistar el mundo para la Legión Ardiente obligó a Kil’jaeden a crear un nuevo ejército para sembrar el caos por los reinos de Azeroth. Este nuevo ejército no caería presa de las mismas absurdas rivalidades y luchas internas que habían plagado a la Horda. Deberían ser implacables y solo pensar en su misión. Esta vez, Kil’jaeden no podía permitirse fracasar.    

Manteniendo al espíritu de Ner’zhul en un éxtasis inerme, Kil’jaeden le dio una última oportunidad para servir a la Legión o sufrir el tormento eterno. Una vez más, Ner’zhul aceptó, temerariamente, el pacto con el demonio. Su espíritu fue colocado en un bloque de hielo duro como el diamante recogido en los lejanos confines del Vacío Abisal y particularmente tallado. Encerrado dentro de su congelado cascarón, Ner’zhul sintió cómo su conciencia se extendía diez mil veces. Alterado por los poderes caóticos del demonio, se convirtió en un ser espectral de poder incalculable. En ese momento, el orco conocido como Ner’zhul fue destrozado para siempre y nació el rey Exánime.   

Los caballeros de la muerte y los seguidores de los Sombraluna leales a Ner’zhul también fueron transformados por las caóticas energías del demonio. Los malvados lanzadores de hechizos fueron destrozados y reconstruidos como exánimes esqueléticos. Los demonios se querían asegurar de que incluso muertos, los seguidores de Ner’zhul le seguirían sirviendo sin cuestionarlo.    

Cuando el momento fue el adecuado, Kil’jaeden explicó la misión para la que había creado al rey Exánime. Ner’zhul debía extender una plaga de muerte y terror a lo largo de Azeroth que borraría para siempre a la civilización humana. Todos aquellos que murieran por la terrible plaga se alzarían como no-muertos y sus espíritus estarían unidos a la férrea voluntad de Ner’zhul para siempre. El demonio le prometió al antiguo chamán que si tenía éxito en la oscura misión de eliminar a la humanidad del mundo, quedaría libre de su maldición y recibiría un nuevo cuerpo, sano, para habitarlo.    

Aunque Ner’zhul estuvo de acuerdo y parecía ansioso por jugar su papel, Kil’jaeden seguía escéptico respecto a las lealtades de su peón. Manteniendo al rey Exánime sin cuerpo y atrapado dentro del caparazón de cristal se aseguraba su buena conducta a corto plazo, pero el demonio sabía que necesitaba mantener una atenta vigilancia. Para este fin, Kil’jaeden llamó a su guardia de demonios de élite, los vampíricos Señores del Terror, para controlar a Ner’zhul y asegurarse de que cumplía su terrible tarea. Tichondrius, el más poderoso y astuto de los Señores del Terror, se interesó ante el desafío; le fascinaba la gravedad de la plaga y el ilimitado potencial para el genocidio del rey Exánime.


Corona de Hielo y el Trono Helado

Kil’jaeden envío al helado cascarón de Ner’zhul de vuelta al mundo de Azeroth. El cristal endurecido pasó como un rayo sobre el cielo nocturno y se estrelló en el yermo continente ártico de Rasganorte, enterrándose profundamente en el glaciar de Corona de Hielo. El cristal helado, retorcido y cubierto de cicatrices por su violento descenso, se parecía a un trono, y el vengativo espíritu de Ner’zhul pronto comenzó a agitarse en su interior.

Desde los confines del Trono Helado, Ner’zhul comenzó a extender su enorme conciencia y a tocar las mentes de los habitantes nativos de Rasganorte. Con escaso esfuerzo, esclavizó las mentes de muchas criaturas indígenas, incluyendo los trols de hielo y los fieros wendigo, y atrajo a sus malvados congéneres a su creciente sombra. Sus poderes psíquicos demostraron ser prácticamente ilimitados y los utilizó para crear a un pequeño ejército al que albergó dentro de los retorcidos laberintos de Corona de Hielo. Mientras dominaba sus crecientes facultades bajo la constante vigilancia de los señores del terror, descubrió un lejano asentamiento humano en la frontera con Dragonblight. Ner’zhul decidió, por un capricho, probar sus poderes en los desprevenidos humanos.

Lanzó una peste de los no-muertos, que se originó en las profundidades del Trono Helado, hacia el erial ártico. Controlando la plaga únicamente con su voluntad, la llevó directamente a la aldea humana. En tres días, todos los del asentamiento estaban muertos, pero poco tiempo después, los aldeanos muertos comenzaron a alzarse como cadáveres zombificados. Ner’zhul podía sentir sus espíritus individuales y pensamientos como si fueran los suyos. La rugiente cacofonía de su mente le hizo ser incluso más poderoso, como si los espíritus le proporcionaran un alimento que necesitaba desesperadamente. Descubrió que controlar las acciones de los zombis y obligarlos a hacer lo que quisiera era un juego de niños.

En los meses siguientes, siguió experimentando con su peste de los no-muertos subyugando a cada habitante humano de Rasganorte. Con su ejército de no-muertos creciendo cada día, sabía que el momento para su verdadera prueba se estaba acercando.

La batalla de Grim Batol

Mientras tanto, en las tierras asoladas por la guerra del sur, los dispersos restos de la Horda luchaban por su propia supervivencia. Aunque Grom Grito Infernal y su clan Grito de Guerra lograron evitar la captura, Mortojo y su clan Foso Sangrante fueron atrapados y enviados a campos de internamiento en Lordaeron. A pesar de estos costosos alzamientos, los guardias de los campos pronto reestablecieron el control sobre sus brutales presos.

Sin embargo, y sin que la Alianza lo supiera, una gran fuerza de orcos todavía vagaba libre por los terrenos baldíos al norte de Khaz Modan. El clan Faucedraco, liderado por el infame brujo Nekros, estaba utilizando un antiguo artefacto conocido como el Alma Demoníaca para controlar a Alexstrasza, la Dragonqueen su vuelo. Con la Dragonqueen como su rehén, Nekros creó un ejército secreto en el interior de la fortaleza abandonada (algunos dicen que maldita) Martillo Salvaje de Grim Batol. Planeando liberar sus fuerzas y a los poderosos dragones rojos sobre la Alianza, Nekros espera reunir a la Horda y continuar su conquista de Azeroth. Pero su visión nunca se volvió real: un pequeño grupo de guerreros de la resistencia, liderados por el mago humano Rhonin, lograron destruir el Alma Demoníaca y liberar a la Dragonqueen del control de Nekros.

Llenos de furia, los dragones de Alexstrasza arrasaron Grim Batol hasta los cimientos e incineraron a la mayoría del clan Faucedraco. Los grandes planes de Nekros de reunificación se vinieron abajo mientras las tropas de la Alianza atrapaban a los orcos que habían sobrevivido y los arrojaban a los campos de internamiento. La derrota del clan Faucedraco señalaba el final de la Horda y el final de la furiosa sed de sangre orca.

El letargo de los orcos

Pasaron meses, y más prisioneros orcos fueron capturados y enviados a los campos de internamiento. A medida que los campos comenzaban a llenarse, la Alianza se vio obligada a construir nuevos campos en las llanuras al sur de las Montañas de Alterac. Para mantener adecuadamente y suministrar al creciente número de campos, el rey Terenas creó un nuevo impuesto para las naciones de la Alianza. Este impuesto, junto a las crecientes tensiones políticas por disputas de frontera, creó un malestar general. Parecía como si el frágil pacto que había unido a las naciones humanas en su hora más oscura se pudiera romper en cualquier momento.

En mitad de este caos político, muchos de los guardias de los campos comenzaron a notar un cambio inquietante en sus prisioneros orcos. Los esfuerzos de éstos por escapar o incluso las peleas entre ellos se habían reducido mucho con el paso del tiempo. Los orcos se estaban volviendo letárgicos y distantes. Aunque era difícil de creer, los orcos, tenidos por la raza más agresiva que jamás se hubiera visto en Azeroth, habían perdido toda su voluntad de luchar. El extraño letargo confundió a los líderes de la Alianza y siguió cobrándose su precio en los orcos, que se debilitaban rápidamente.

Algunos creían que la causante del desconcertante letargo era una extraña enfermedad, que solo podían contraer los orcos. Pero el archimago Antonidas de Dalaran propuso una hipótesis diferente. Estudiando lo poco que pudo encontrar de la historia de los orcos, averiguó que éstos habían estado bajo la lacerante influencia de los poderes demoníacos durante generaciones. Supuso que los orcos ya habían sido corrompidos por estos poderes incluso antes de su primera invasión a Azeroth. Claramente, los demonios habían manchado la sangre de los orcos, y los brutos habían obtenido una fuerza, resistencia y agresividad antinaturalmente elevadas.

Antonidas teorizó que el letargo general de los orcos no era una enfermedad, sino una consecuencia del alejamiento racial de las brujerías que les habían convertido en esos guerreros temibles y sedientos de sangre. Aunque los síntomas eran claros, Antonidas no fue capaz de encontrar una cura para la condición actual de los orcos. Pero ante eso, muchos de sus camaradas magos y algunos notables líderes de la Alianza adujeron que encontrar una cura para los orcos podría ser algo muy imprudente. Pudiendo solo pensar en la misteriosa condición de los orcos, la conclusión de Antonidas fue que la cura debería ser una espiritual.


La nueva Horda

El jefe de los guardianes de los campos de internamiento, Aedelas Lodonegro, vigilaba a los orcos prisioneros desde su fortaleza-prisión, Durnholde. Un orco en particular siempre había despertado su interés: el niño huérfano que había encontrado hacía casi dieciocho años. Lodonegro crió al joven como a un esclavo favorecido y lo llamó Thrall. Le enseñó táctica, filosofía y a combatir. Fue entrenado incluso como gladiador. Durante todo el tiempo, el alcaide corrupto quería moldear al orco en un arma.

A pesar de su dura educación, el joven Thrall se convirtió en un orco fuerte y de mente ágil, que en su corazón sabía que la vida de esclavo no era para él. Mientras crecía y maduraba, aprendió cosas sobre su pueblo, los orcos, a los que nunca había conocido: después de su derrota, habían enviado a la mayoría a campos de internamiento. Los rumores decían que Martillo Maldito, el líder orco, había escapado de Lordaeron y se estaba escondiendo. Solo un clan oculto operaba en secreto, intentando evitar los vigilantes ojos de la Alianza.

El inexperto pero lleno de recursos Thrall decidió escapar de la fortaleza de Lodonegro y buscar a otros de su raza. Durante sus viajes, visitó los campos de internamiento y descubrió que la antaño poderosa raza se había vuelto, extrañamente, letárgica y depresiva. Al no encontrar a los orgullosos guerreros que esperaba descubrir, Thrall partió para encontrar al último jefe orco que no había sido derrotado: Grom Grito Infernal.

Perseguido constantemente por los humanos, Grito Infernal conservaba sin duda alguna la imparable voluntad de luchar de la Horda. Ayudado solo por su propio clan Grito de Guerra, Grito Infernal seguía luchando una guerra oculta contra la opresión de su acosado pueblo. Por desgracia, Grito Infernal nunca pudo encontrar una forma de sacar de su estupor a los orcos capturados. El impresionable Thrall, inspirado por el idealismo de Grito Infernal, desarrolló una fuerte empatía por la Horda y sus tradiciones guerreras.

Buscando la verdad de sus propios orígenes, Thrall viajó al norte para encontrar al legendario clan Lobo Gélido. Aprendió que Gul’dan había exiliado a los Lobos Gélidos durante los primeros días de la Primera Guerra. También descubrió que él era el hijo y heredero del héroe orco Durotan, el verdadero jefe de los Lobo Gélido, asesinado en los bosques hacía veinte años.

Bajo la tutela del venerable chamán Drek’Thar, Thrall estudió la antigua cultura chamánica de su pueblo, que había caído en el olvido bajo el malvado gobierno de Gul’dan. Con el paso del tiempo, Thrall se convirtió en un poderoso chamán y tomó el puesto que le pertenecía por derecho: jefe de los exiliados Lobos Gélidos. Fortalecido por los propios elementos y empujado a descubrir su destino, Thrall se lanzó a liberar a los clanes cautivos y curar a su raza de la corrupción demoníaca.

Durante sus viajes, Thrall encontró al anciano Jefe de Guerra, Orgrim Martillo Maldito, que había estado viviendo como un ermitaño durante muchos años. Martillo Maldito, que había sido un gran amigo del padre de Thrall, decidió seguir al joven visionario orco para ayudarle a liberar a los clanes cautivos. Apoyado por muchos de los jefes veteranos, Thrall finalmente consiguió revitalizar a la Horda y darle a su pueblo una nueva identidad espiritual.

Para simbolizar el renacimiento de su pueblo, Thrall volvió a la fortaleza de Lodonegro de Durnholde y puso un final decisivo a los planes de su antiguo maestro asediando los campos de internamiento. Pero la victoria tuvo un precio: durante la liberación de un campo, Martillo Maldito cayó en la batalla.

Thrall recogió su legendario martillo de guerra y vistió su armadura de placas negra para convertirse en el nuevo jefe de guerra de la Horda. Durante los siguientes meses, la pequeña pero volátil Horda de Thrall echó abajo los campos de internamiento y bloqueó los mejores esfuerzos de la Alianza para contrarrestar sus astutas estrategias. Animado por su mejor amigo y mentor, Grom Grito Infernal, Thrall trabajó para asegurarse de que su pueblo jamás volviera a ser esclavizado.

La guerra de la Araña

Mientras Thrall liberaba a sus congéneres en Lordaeron, Ner’zhul seguía construyendo su base de poder en Rasganorte. Se erigió una gran ciudadela sobre el Glaciar de Corona de Hielo y su personal eran las crecientes legiones de no-muertos. Pero mientras el rey Exánime extendía su influencia sobre la tierra, un imperio sombrío se alzaba contra su poder. El antiguo reino subterráneo de Azjol-Nerub, que había sido fundado por una raza de siniestras arañas humanoides, envío a su guardia de guerreros de élite para atacar Corona de Hielo y acabar con el loco sueño de dominación del rey Exánime. Para su frustración, Ner’zhul descubrió que los malvados nerubianos no solo eran inmunes a la peste, sino también a su dominación telepática.    

Los señores de las arañas nerubianos dirigían grandes fuerzas y tenían una red subterránea que se extendía hasta casi la mitad de Rasganorte. Sus tácticas de atacar y correr contra las fortalezas del rey Exánime bloqueaban sus esfuerzos para acabar con ellos una vez tras otra. Finalmente, la guerra de Ner’zhul contra los nerubianos fue ganada por el desgaste. Con la ayuda de los siniestros Señores del Terror e innumerables guerreros no-muertos, el rey Exánime invadió Azjol-Nerub e hizo que sus templos subterráneos cayeran sobre la cabeza de sus señores.    

Aunque los nerubianos eran inmunes a su peste, los crecientes poderes necrománticos de Ner’zhul le permitían volver a levantar los cadáveres de las arañas-guerreras y doblegarlas a su voluntad. Como testamento de su tenacidad y arrojo, Ner’zhul adoptó el típico estilo arquitectónico de los nerubianos para su propia fortaleza y estructuras. Pudiendo gobernar su reino sin oposición, el rey Exánime comenzó a prepararse para su verdadera misión en el mundo. Llegando hasta las tierras humanas con su enorme conciencia, el rey Exánime llamó a cualquier alma oscura que quisiera escucharlo…

Kel’Thuzad y la formación de la Plaga

Un puñado de individuos poderosos repartidos por el mundo escucharon las llamadas mentales del rey Exánime para acudir a Rasganorte. El más notable de ellos era el archimago de Dalaran, Kel’Thuzad, que fue uno de los miembros importantes del Kirin Tor, el consejo que gobernaba Dalaran. Había sido considerado un inconformista durante años debido a su insistencia en estudiar las artes prohibidas de la necromancia. Decidido a aprender todo lo que pudiera del mundo mágico y sus sombrías maravillas, se sentía frustrado por los preceptos de sus compañeros, a los que veía como caducos y faltos de imaginación. Cuando escuchó las poderosas llamadas de Rasganorte, el archimago volcó toda su enorme voluntad en comunicarse con la voz misteriosa. Seguro de que el Kirin Tor era demasiado remilgado para hacerse con el poder y conocimiento inherente a las artes oscuras, decidió aprender todo lo que pudiera del inmensamente poderoso rey Exánime.

Dejando atrás su fortuna y prestigiosa posición política, Kel’Thuzad abandonó los preceptos del Kirin Tor y a Dalaran para siempre. Aguijoneado por la persistente voz del rey Exánime en su mente, vendió sus numerosas posesiones y escondió sus fortunas. Viajó solo durante muchas leguas, tanto por mar como por tierra, y finalmente llegó a las heladas costas de Rasganorte. Decidido a llegar a Corona de Hielo y ofrecerle sus servicios al rey Exánime, el archimago cruzó las asoladas y destrozadas ruinas de Azjol-Nerub. Kel’Thuzad vio de primera mano el alcance y ferocidad del poder de Ner’zhul. Comenzó a darse cuenta de que aliarse con el misterioso rey Exánime podía ser algo inteligente y potencialmente fructífero.

Después de largos meses de caminar por los duros eriales árticos, finalmente llegó al oscuro glaciar de Corona de Hielo. Se aproximó con valor a la ciudadela oscura de Ner’zhul y se sorprendió cuando los guardias no-muertos lo dejaron pasar como si le estuvieran esperando. Descendió a las profundidades de la tierra helada y encontró su camino al fondo del glaciar. Allí, en una caverna interminable de hielo y sombras, se postró ante el Trono Helado y ofreció su alma al oscuro señor de la muerte.

El rey Exánime estaba satisfecho con su último conscripto. Le prometió inmortalidad y gran poder a cambio de lealtad y obediencia. Ansioso de poder y sabiduría oscura, Kel’Thuzad aceptó su primera gran misión: ir al mundo de los hombres y fundar una nueva religión que adoraría al rey Exánime como un dios.

Para ayudar al archimago a completar su misión, Ner’zhul dejó su humanidad intacta. El anciano pero todavía carismático mago recibió la orden de usar sus poderes de ilusión y persuasión para llevar a las oprimidas y discriminadas masas de Lordaeron a un estado de confianza y fe. Entonces, una vez que tuviera su atención, les ofrecería una nueva visión de cómo debía ser la sociedad y una nueva figura a la que llamar su rey.

Kel’Thuzad volvió a Lordaeron disfrazado, y a lo largo de tres años, uso su fortuna e inteligencia para reunir una hermandad clandestina de hombres y mujeres que pensaban de forma parecida. La hermandad, a la que llamó Culto de los Malditos, prometía a sus acólitos igualdad social y vida eterna en Azeroth a cambio de su servicio y obediencia a Ner’zhul. A medida que pasaban los meses, Kel’Thuzad encontró muchos voluntarios ansiosos de unirse a su nuevo culto entre los agotados y explotados trabajadores de Lordaeron. Cumplir su objetivo fue sorprendentemente fácil: básicamente, cambiar la fe de la gente en la Luz Sagrada por fe en la sombra oscura de Ner’zhul. A medida que el Culto de los Malditos crecía en tamaño e influencia, Kel’Thuzad se iba asegurando de ocultar sus actos a las autoridades de Lordaeron.

Con el éxito de su sirviente en Lordaeron, el rey Exánime hizo los preparativos finales para su asalto a la civilización humana. Colocando sus energías de la peste en un número de artefactos portátiles, llamados calderas de la peste, Ner’zhul ordenó a Kel’Thuzad que las llevase a Lordaeron, donde las escondería en varias aldeas controladas por el culto. Las calderas, protegidas por fieles, actuarían como generadores de peste, enviándola hacia las desprevenidas tierras de cultivo y ciudades del norte de Lordaeron.

El plan del rey Exánime funcionó a la perfección. Muchas de las aldeas del norte de Lordaeron fueron contaminadas casi de inmediato. Al igual que en Rasganorte, los ciudadanos que contraían la peste morían y se alzaban como esclavos voluntarios del rey Exánime. Los fieles de Kel’Thuzad estaban ansiosos por morir y volver a levantarse al servicio de su señor oscuro. Se regocijaban con la idea de la inmortalidad mediante la no-muerte. A medida que la peste se extendía, más y más zombis salvajes aparecían en las tierras del norte. Kel’Thuzad contempló al creciente ejército del rey Exánime y lo llamó la Plaga, porque pronto marcharía contra las puertas de Lordaeron y borraría a la humanidad de la faz de la tierra.

La Alianza se escinde

Sin ser conscientes de los cultos a la muerte que se estaban formando en sus tierras, los líderes de las naciones de la Alianza comenzaron a reñir y discutir por posesiones territoriales y la pérdida de influencia política. El rey Terenas de Lordaeron comenzó a sospechar que el frágil pacto que había creado durante su hora más oscura no duraría mucho más. Terenas había convencido a los líderes de la Alianza para que dieran más dinero y trabajadores para ayudar a reconstruir el reino sur de Ventormenta, que había sido destruido durante la ocupación orca de Azeroth. El aumento en los impuestos que tuvo como resultado esto, junto a los altos costes de mantener y hacer funcionar los campos de internamiento, llevó a muchos líderes, en particular a Genn Cringris de Gilneas, a creer que sus reinos estarían mejor separándose de la Alianza.

Para empeorar las cosas, los elfos nobles de Lunargenta retiraron bruscamente su lealtad a la Alianza, afirmando que el pésimo liderazgo de los humanos había producido la quema de sus bosques durante la Segunda Guerra. Terenas luchó contra su impaciencia y les recordó con calma a los elfos que no habría quedado nada de Quel’Thalas si no hubiera sido por los miles de valientes humanos que habían dado su vida por defenderla. A pesar de eso, los tercos elfos decidieron seguir su propio camino. Y con el abandono de los elfos, Gilneas y Stromgarde también se marcharon.

Aunque la Alianza se estaba partiendo en pedazos, el rey Terenas todavía tenía aliados con los que podía contar. Tanto el Almirante Valiente de Kul Tiras como el joven rey Varian Wrynn de Azeroth siguieron fieles a la Alianza. Además los magos del Kirin Tor, liderados por el archimago Antonidas, ofrecían un apoyo total al gobierno de Terenas. Pero quizá lo más tranquilizador de todo fue el juramento del poderoso rey enano Magni Barbabronce, que juró que los enanos de Forjaz siempre tendrían una deuda de honor con la Alianza por liberar a Khaz Modan del control de la Horda.

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